Hace algunos años un joven se acercó al capataz de un
equipo de leñadores y pidió trabajo.
--Depende --contestó el capataz--. Veamos cómo talas
ese árbol.
El joven se adelantó y con maestría taló un gran árbol.
Impresionado, el capataz exclamó:
--¡Empieza el lunes!
Lunes, martes, miércoles y jueves pasaron; y el jueves
por la tarde el capataz se acercó al joven y le dijo:
--Puedes recoger tu cheque cuando salgas hoy.
Sorprendido, el joven respondió:
--Creía que pagaban los viernes.
--Normalmente lo hacemos --contestó el capataz--,
pero te dejamos marchar hoy porque te has quedado atrás.
Nuestras hojas diarias de trabajo demuestran que has caído del primer lugar el lunes al último el miércoles.
--Pero soy un buen trabajador --objetó el joven--
¡Llego el primero, me voy el último, e incluso he trabajado
durante la hora del descanso!
El capataz, sintiendo la integridad del joven, pensó du-
rante un minuto y preguntó:
--¿Has afilado el hacha?
El joven replicó:
--He estado trabajando tanto que no he tenido tiempo
para eso.
Qué error tan obvio. ¿Cómo pudo alguien cometer tan
impensable error? Aun así el hecho es que muchos de los
siervos de Dios fracasan en la tarea señalada porque no se
toman tiempo para afilar sus vidas en oración.
Sin duda, cuando los siervos de Dios hablan con fran-
queza de sus vidas espirituales, la mayoría manifiestan su cul-
pabilidad respecto a su vida de oración. Esto quiere decir que
miles están llevando a cabo sus ministerios pastorales con
instrumentos cada vez menos afilados que, inevitablemente,
frustran cualquier posible éxito.
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